sábado, 23 de octubre de 2010

inoportuna

No hay nada más en mi cabeza que la última frase insípida que te dije antes de que la vida se nos fuera a la mierda. Por ahora, no encuentro la forma de explicarle a nadie como es que el eco de esas palabras me hace sentir todos los días. Esta actitud de odio hacia un gran porcentaje de lo que me rodea no solía ser una característica mía, y ahora paso la mayor parte del tiempo considerando que todo a mi alrededor es una soberana ridiculez, y que la gente se anda quejando por puras tonteras y vanagloriándose de acciones cada vez más insignificantes.

En las últimas semanas este avión ha ido aterrizando forzosamente en un lugar al que jamás pensé llegar. Yo juraba que ya había puesto los pies en la tierra, pero ciertamente los pensamientos y las angustias tienen su propio ritmo, y dentro de toda la vorágine éste tiende a ser prudente en comparación a como se desordena todo en la cabeza cuando hay más tiempo y calma.

Parece que voy caminado hacia atrás, porque ahora es cuando yo aparezco con mis dudas sobre el futuro y con los llantos camuflados; ahora es el momento en que me doy cuenta de verdad que nada va a volver a ser siquiera parecido a antes, que ya no tengo a quien contarle mi día cuando llego chata a la casa, que nadie me espera con pan con palta y que cuando estoy resfriada ya nadie me preparará una sopa que me alivie. (Soy muy inoportuna).

Que estemos juntas ahora es algo por lo que siempre estaré agradecida; es sólo que las diferencias entre lo que fue y lo que es, se me hacen cada vez más insoportables y dolorosas. Tener ganas de llorar con cada abrazo es una experiencia demasiado fuerte, sobre todo cuando no sabes por cuanto tiempo se prolongará ese sentimiento tan raro y horrible.

Y es a esta hora cuando todo se intensifica, cuando llevo todas mis penas a dar hartas vueltas por mi mente atolondrada, para finalmente llegar a la conclusión de que eso que siento es casi lo mismo que me pasó a los tres años cuando confundí a mi mamá con una señora que usaba una chaqueta del mismo color a la suya. Confiadamente le di la mano, pero cuando miré hacia arriba y me di cuenta de que no era quien buscaba, sentí el miedo más grande de todos los tiempos. Por supuesto, no pasaron más de cinco segundos hasta encontrar el rostro de quien quería en medio de la locura de esa zapatería, le sonreí, la abracé y todo volvió a la normalidad.

Ahora es igual, el mismo miedo, la misma angustia; sólo que esos 5 segundos están formando una cadena constante de tiempo que me obliga a reconocer indeclinablemente que nunca antes me había sentido tan desprotegida y sola en este puto sitio, y que la normalidad ahora está realmente lejos, muy lejos de aquí.

5 comentarios:

Unknown dijo...

eres la persona menos inoportuna del mundo, javi... y no te digo nada más porque las palabras sobran cuando te sientes así, cuando nadie más te entiende realmente.
te dejo un abrazo apretado.

Unknown dijo...

ah, tu template es demasiado bonito... lo descargaste de alguna página? 8D
te quieeeero

yellow submarine. dijo...

todos esos sentimientos malos, que no son inherentes o naturales a ti, se van a ir soltando de a poquito, tienes que dejar que se vayan porque eso también forma parte del proceso de normalidad que tanto quieres.

pero muy de a poquito, sin forzarlo.

la pena a veces no deja mirar bien, javi, pero te puesto que la normalidad no está tan lejos como tú piensas, sólo es un orden distinto.

abrazo :*

Unknown dijo...

poquito a poco va a ir pasando esa sensación de miedo que es tan intensa en este momento.

ya verás como con el tiempo, todo se irá ajustando. muchas veces las cosas no son como queremos y no podemos decidir qué pasa y qué no, pero sí podemos decidir cuál es la postura que tomamos frente a eso, cómo reaccionamos y cómo elegimos vivir la vida.

yo sé que te quedan muchas sonrisas dentro, quizás se demoren un poco en salir, pero tiempo al tiempo y paciencia!

:)

Anónimo dijo...

me gusto mucho como lo expresaste, muchas veces me siento así, es lo peor!